viernes, 28 de septiembre de 2012

TE LEO


Ya se ha publicado en España ‘¿Dónde está Dios, papá? Las respuestas de un padre ateo’. En Latinoamérica, será en diciembre. Y este es su enlace a Amazon: amazon.com/Donde-esta-Dios-Spanish-Indicios/dp/8493795488

Me están llegando las primeras reacciones de lectores: algunas hacen que me emocione. Que encuentre su sentido todo el esfuerzo que el libro lleva dentro.
Pero son sensaciones que ya conocía gracias a este blog en el que, a pesar de todo el cariño que le tengo, hoy escribiré la última entrada. ¿El motivo? Creo que ya he escrito todo lo que tenía que escribir sobre ateísmo. Otros temas, otros libros, llaman a la puerta de mi cabeza.
En cualquier caso, durante los próximos meses todavía podremos encontrarnos en la página www.facebook.com/dondeestadiospapa. En ella, seguiré publicando entradas relacionadas con el libro: textos cortos, citas, fotos... de algunas de las leyendas, anécdotas, dioses, dogmas, personajes... que aparecen en ¿Dónde está Dios papá?

Para despedirme de este blog he elegido un artículo que me cautivó. Lo publicó en prensa, hace ya algún tiempo, Miguel Gay, escritor y periodista. Describe, mucho mejor de lo que yo podría hacer, esas sensaciones de las que les hablaba antes. El artículo se titulaba: «Te leo»...

«Te leo. Lo dice en un presente con sello de continuidad. Y uno lo agradece con cierto rubor, pero de forma sincera, más allá de lo que exigiría la educación; porque, al fin y al cabo –y aunque hay quien lo hace para sí mismo–, uno escribe para que le lean.
            Pero escribir exige, compromete. Impone respeto saber que hay quien se va a acercar a ti para decirte: «te leo». Nada más... y nada menos. Con toda la carga con la que se envuelven dos palabras. Lectores que te identifican, que te ponen cara, que te ubican en una firma. Y junto a esos, a su vera, miles de personas se acercan sin conocerte, sin saber de ti, con la curiosidad de adentrarse en los textos, en los relatos, en las reflexiones. La escritura es una manera de ofrecerse; la lectura, una forma de compartir. Uno despega en su ámbito, se refugia en su territorio, allá donde se encuentra cómodo, en la soledad de las teclas de su ordenador, aislado de casi todo; y va desgranando su mensaje, su idea, su pensamiento. Con la parsimonia de quien va dando forma a la idea o con la rapidez de aquel a quien las razones le brotan a borbotones. Y aquello va adquiriendo relieve en la pantalla. Hasta que se ve cerrado, completo, entero.
            Y entonces aquella historia da el salto y pasa al inmenso escaparate del lector, de su atención y su juicio; a la reflexión ajena, al cruce de ideas, a la confluencia o a la lucha de tesis. En donde se entremezclan la seguridad, el vértigo y la responsabilidad. En donde uno se expone al impresionante juicio del «te leo». Un proceso del que, por mucho que se repita, uno no puede huir. Al que se enfrenta cada día con el reto –y la responsabilidad– de ofrecer algo que concite interés. Porque, al fin y al cabo, uno escribe para que le lean».

¡Gracias!

sábado, 15 de septiembre de 2012

ÍNDICE DE '¿DÓNDE ESTÁ DIOS, PAPÁ?'


Estos últimos meses he disfrutado mucho escribiendo en este blog.
Me he sentido más libre que cuando trabajaba en ‘¿Dónde está Dios, papá?’ ya que, en el libro, al estar pensando en mis hijos, me esforzaba obsesivamente por pulir mis palabras de cuanta más subjetividad mejor. (Me gustaría que sus opiniones sobre cualquier asunto, en la medida de lo posible, no se vieran demasiado determinadas por las mías).
           
Sin embargo, el blog sí me sometía a otra restricción: tratar de no repetir ninguna cita, ninguna trama, ningún argumento, de los usados en el libro.
            Hoy, voy a liberarme de esa atadura que yo mismo me impuse. Hoy, reproduzco para ustedes el índice completo de ‘¿Dónde está Dios, papá?
¿Por qué lo hago? Porque quiero presentarles el libro. Porque el título de cada uno de los 24 capítulos es una pregunta. Y porque siempre he pensado que, en muchas ocasiones, como ocurre en este caso, las preguntas dicen tanto como las respuestas.


El porqué de este libro ............................................................................ 15

PARTE I
SOBRE DIOSES

1 ¿Dónde está Dios, papá? ..................................................................... 21
2 ¿Para qué imaginar dioses? ................................................................ 25
3 ¿Por qué la gente sigue creyendo en dioses? ................................ 31
4 ¿Quiénes fueron los primeros en creer en dioses? ........................ 37
5 ¿Puedes probar que Dios no existe? ................................................ 41


PARTE II
SOBRE EL MUNDO Y SUS CRIATURAS

6 ¿Quién creó el mundo, entonces? ..................................................... 49
7 ¿Qué es la teoría de la evolución? .................................................... 55


PARTE III
SOBRE LAS ALMAS Y SUS VIAJES

8 ¿Qué es el alma? .................................................................................... 65
9 ¿Existe el cielo? .................................................................................... 71
10 ¿Existe el infierno? ............................................................................ 77


PARTE IV
SOBRE REZOS Y MILAGROS

11 ¿Qué es rezar? ...................................................................................... 85
12 ¿Qué son los milagros? ..................................................................... 89


PARTE V
SOBRE RELIGIONES

13 ¿Qué son las religiones? ................................................................. 97
14 ¿Qué nos dicen las religiones? ................................................... 103
15 ¿Qué nos dan las religiones? ....................................................... 107
16 ¿Cuántas religiones hay? .............................................................. 113


PARTE VI
SOBRE AGNÓSTICOS Y ATEOS

17 ¿Qué es ser agnóstico? .................................................................. 121
18 ¿Qué es ser ateo? ............................................................................. 125
19 ¿Es el ateísmo otra religión? ........................................................ 133


PARTE VII
SOBRE EL RESPETO

20 ¿Qué significa respetar? ................................................................ 141


PARTE VIII
SOBRE LOS BUENOS Y LOS FELICES

21 ¿Se puede ser bueno sin creer en dioses? ................................. 153
22 ¿Se puede ser feliz sin creer en dioses? ..................................... 159


PARTE IX
SOBRE OTRAS COSAS

23 ¿Qué es el libre albedrío? .............................................................. 169
24 ¿Por qué han salido tan pocas mujeres en este libro? ............ 175


Epílogo. Dejemos la luz encendida ................................................... 181

Bibliografía ............................................................................................ 187


Las próximas semanas van a ser especiales. Este libro lleva dentro mucho cariño, mucho trabajo, muchísimas dudas sobre la mejor forma de decirles a mis hijos y a los lectores lo que quería decirles.
            Pues bien: llegó el momento de saber si todo ese esfuerzo mereció la pena. El libro, desde hace unos  días, se puede descargar en formato digital desde www.amabook.com  En formato papel, es cuestión de horas que llegue a las librerías españolas (a las de Latinoamérica, lo hará a lo largo de diciembre). Y ya se puede adquirir en Amazon, tanto en formato digital como en papel: amazon.com/Donde-esta-Dios-Spanish-Indicios/dp/8493795488
            Espero, de corazón, que les guste.


Nos vemos por aquí dentro de dos fines de semana, si les parece bien.
             

viernes, 31 de agosto de 2012

SOBRE DIOSES Y HADAS MADRINAS


No tengo mucha vida social.
Definirme como tipo solitario sería exagerado, pero me aproximo bastante al perfil. Para estar bien, necesito muchos momentos de soledad.

Pero este verano acompañé a mi familia a la invitación de unos amigos.
Estábamos de pie, en el salón de su apartamento. Entre las piernas de los adultos pasaba la niña de la casa, de unos cinco o seis años, y a cada persona que le prestaba atención le contaba lo mismo: «soy un hada madrina». Iba disfrazada de ello. Con su varita mágica y todo.
Por supuesto, todos teníamos para ella unas palabras agradables, del tipo: «¡pero qué hada madrina tan guapa!»

Qué grandísimo cretino hubiese sido aquel de entre nosotros que le hubiese dicho: «No, no eres un hada madrina, eres una niña jugando. Tu varita mágica no hace ningún efecto. Y la ropa es sólo un disfraz; nada más. Puedes pronunciar todas las palabras mágicas que quieras, pero no conseguirás nada. Eres tan sólo una niña. Además, las hadas madrinas no existen».

¿Por qué les hablo de esa situación social corriente? Y, sobre todo, ¿por qué les cuento mi divagar sobre lo que alguien podría haberle dicho a la niña, ante el asombro de todos, algo que, afortunadamente, no sucedió?
Pues porque algunos quieren hacernos creer que el silencio que se nos pide a los ateos es como ése que todos guardamos cuando una niña nos dice que es un hada madrina, o cuando un niño nos dice que es un coche, con los brazos agarrando un volante imaginario, brom, brom, brom... «¡Qué ganas de decirle a la gente que su dios no existe!, ¡Que cada uno crea lo que quiera! ¡Dejen en paz!». Son comentarios que he tenido que leer o escuchar al menos una decena de ocasiones, últimamente. Y se trataría de comentarios razonables, si en nuestros países el laicismo se respetara.
Si las creencias religiosas formaran parte de la esfera privada de cada uno, si esas creencias se quedaran en las reuniones des sus fieles, en sus iglesias, en sus congregaciones... yo estaría de acuerdo con ese comentario: ¡que cada uno crea lo que quiera!

Y si, ante una desgracia familiar, alguien me dice: «lo único que me tranquiliza es saber que mi marido, mi madre, mi hija... está con Dios», yo no seré tan desalmado como para contestarle a esa persona: «no, no eres un coche»; «no, no eres un hada madrina»; «no, tu dios no existe».
Los dioses juegan ese papel de servir de consuelo, de alivio, para mucha gente. Y creo que así ha de seguir siendo. Que las personas puedan acudir a sus iglesias, a sus mezquitas, a sus sinagogas... en busca de sus consuelos.

Pero el asunto no es tan sencillo. Las hadas madrinas y los coches imaginarios no tienen ningún peligro. ¿Para qué decirles a esos niños la verdad? ¿Qué sacaríamos fastidiándoles sus juegos, bombardeando su maravillosa capacidad de imaginar?
Por el contrario, las creencias religiosas, ésas que constantemente se salen de la esfera privada para invadirnos a todos, sí tienen peligro. El  gran problema con las religiones es que acaparan espacios que van mucho más allá de los consuelos metafísicos...

El Islam no sólo ofrece alivio espiritual en las mezquitas, sino que los imanes pretenden imponer a las mujeres sumisiones que en Occidente ha costado mucho superar. Las mujeres en Arabia Saudí no pueden conducir. Son varios los lugares del mundo dominados por integristas en los que las niñas tienen prohibido ir al colegio. Y no olvidemos que la gran aspiración de muchos musulmanes es extender sus dogmas por el mundo.

Los jerarcas del catolicismo escudan a violadores de niños. Sí, ya sé que queda menos ofensivo llamarlos pedófilos, pero, en este caso, no me apetece suavizar mi tono. Se trata de violadores. Y los protegen. Los envían a monasterios apartados, en un intento de que el mundo se olvide de ellos. Les castigan sin postre, pobrecitos pecadores. Les amparan, les libran de la cárcel, con el pueril argumento de que ya se las apañarán con Dios.
Muy útil, eso de compartir padre imaginario con gente poderosa. Y no me sirve que, para defender su institución, los católicos de buena fe me digan que se trata de casos excepcionales, que la mayoría de sacerdotes católicos no hacen esas barbaridades. No se trata de eso. Se trata de que los que lo hayan hecho, pocos o muchos, tengan que vérselas con un juez. Uno real.

Nuestros concejales, ministros, presidentes de gobierno, jueces, juran su cargo sobre la Biblia y ante un crucifijo. De acuerdo, comparado con los dos puntos anteriores, éste parece menos grave. Pero, muchas veces, ¡los simbolismos son tan importantes!
Señores creyentes, ¿qué pensarían si, a pesar de ser evidente para ustedes que los superhéroes son fruto de la imaginación humana, la mayoría de la población creyera en ellos y vieran ustedes jurar a sus dirigentes sobre un cómic y ante un frasco de criptonita?... «¿Estamos todos locos o qué sucede?», se dirían. «Que guarden sus creencias para sus reuniones privadas de admiradores, por favor».

En definitiva, ¿por qué no dejar que cada cual crea lo que quiera sin más?
            Pues porque de creencias irracionales sin aparente peligro es de donde, por extensión, acaban naciendo los fanatismos insensatos.
            Y porque las instituciones religiosas tienden a crear y a querer imponer  sus propias reglas de juego, al margen de las reglas civiles.

Así que: sí, que cada cual crea lo que quiera, pero en su iglesia.



Si les parece bien, nos vemos en este blog, dentro de dos fines de semana.
            Entretanto, les invito a que sigamos encontrándonos en la página en Facebook de ¿Dónde está Dios, papá?


 

viernes, 20 de julio de 2012

2 RAZONES POR LAS QUE SOY ATEO


¿Y por qué únicamente dos? Porque no hay motivo para complicar aquello que se puede explicar de forma sencilla.

Primera razón.

La facilidad con la que distingo como mitos las religiones y los dioses de otros lugares, de otras gentes, de otras épocas.


Segunda razón.

La facilidad con la que –una vez catalogadas como leyendas las creencias religiosas de otros lugares y otras épocas– me doy cuenta de que la religión de mi infancia es una más entre esas leyendas.

Si tuviera que aceptar como cierto lo que tantas veces me contaron siendo niño, tendría que creer, entre otras cosas:
Que en algún lugar del espacio (la diosfera, llamábamos a ese lugar en un artículo anterior) existe un ente inmaterial que se considera mi padre y creador. 
Que puedo comunicarme telepáticamente con él mediante la oración.
Que por culpa de una mujer que no hizo caso a una serpiente parlanchina cuando ésta le avisó de que no debía buscar el conocimiento, yo nací con una maldición, mancha, pecado.
Que ya no tengo esa mancha porque un sacerdote, siendo yo bebé, pronunció un conjuro mágico al mismo tiempo que vertía agua sobre mi cabeza.
Que sin esa ceremonia, yo no hubiese podido entrar al club privado que ese padre tiene reservado a sus seguidores para cuando mueran.
Que, una vez cumplido ese requisito líquido fundamental, yo podré entrar a su club siempre y cuando crea en él, le venere, le adore y le ame sobre todas las cosas... A él, a su hijo y a una paloma, que en realidad son la misma cosa, ya que no son tres, sino uno.

Tras releer el listado anterior, vuelve a asaltarme la gran duda que empezó a perseguirme mientras escribía '¿Dónde está Dios, papá?' y que ha seguido persiguiéndome en cada artículo de este blog...
          ¿Cómo puede seguir tanta gente adulta, aún hoy, creyendo ciertas cosas? ¿Cómo puede ser que la mayor parte de la población mundial tome como ciertas leyendas que, a todas luces, no son sino eso, leyendas?
       Sé que el miedo a la muerte, para muchos, es más fuerte que cualquier posible razonamiento.
Entiendo también que, sea cual sea la religión en cuestión, el adoctrinamiento que se sufre en la infancia suele ser intensivo y despiadado.
Y sin embargo, no consigo dejar de hacerme la misma pregunta: ¿cómo puede ser?
        Les animo, queridos lectores, a que en sus comentarios traten de darme alguna clave más para que consiga comprender ése que para mí es un enorme misterio: ¿cómo puede ser?


Si les parece bien, volveremos a vernos por aquí, en este blog, el primer fin de semana de septiembre.
            Entretanto, les invito a que sigamos encontrándonos durante el verano en la página en Facebook de ¿Dónde está Dios, papá?


En ella, estoy publicando diariamente una breve entrada relacionada con el libro: textos cortos, citas, vídeos, fotos... de algunos de los lugares, ciudades, leyendas, anécdotas, dioses, personajes, filósofos... que aparecen en ¿Dónde está Dios, papá?
¡LES ESPERO!
 

viernes, 6 de julio de 2012

5 INCONVENIENTES DE LAS RELIGIONES


Dice el filósofo Fernando Savater que «las religiones son como el vino: hay gente a la que le sienta bien y gente a la que le sienta mal. Hay personas que, con dos copas, se vuelven locuaces, abiertas y desinhibidas. Otros, con la misma cantidad, se vuelven brutos y groseros. Con la religión hay gente que mejora, pero para otros [...]».

Lo que importa son las acciones, más que las creencias. Infinitamente más.
Así que, si Savater tiene razón, si gracias a la religión algunas personas mejoran y realizan grandes acciones, bienvenidas sean.
Aunque creo que, por lo general, no es así. Creo que, sencillamente, muchas personas son buenas, pero no gracias a su religión. Que si llevan a cabo buenas acciones es por su naturaleza generosa, y no gracias al buen efecto de los dogmas. Que esas mismas personas, si no tuviesen creencias místicas, estarían dando también parte de su tiempo y energía a los demás a través de organizaciones laicas en lugar de religiosas.
Pero se trata sólo de una opinión, de mi opinión, de conjeturas.

Sin embargo, en lo que respecta a los efectos dañinos de las religiones, sí que podemos abandonar el terreno movedizo de las corazonadas y pasar al de los hechos.
Habitualmente, las religiones:

1) Promueven el sometimiento de las mujeres.
Cualquiera que esté al tanto del mundo en el que vive sabe lo que opinan imanes musulmanes, judíos ultraortodoxos y jerarcas de cualquiera de las ramas del cristianismo sobre la igualdad de derechos. En los países occidentales, las religiones siguen siendo un obstáculo en ese aspecto. Y en los estados teocráticos la religión es, directamente, el yugo que humilla e intimida a las mujeres.

2) Incitan al odio.
Odio a quien profesa otra religión. Odio también al diferente, al que se sale de lo corriente en cualquier aspecto, como la orientación sexual. Y al que quiere pensar por sí mismo, al que quiere creer en algo sólo después de haber reflexionado sobre ello.
            Las religiones están o han estado tras algunos de los hechos más indignos de la historia. Guerras santas. Mutilación de genitales. Quema de brujas y herejes. Apedreamiento de adúlteras. Fatwas. Ocultación de criminales en la creencia de que las leyes divinas están por encima de las humanas...

3) Inculcan supersticiones en los más jóvenes.
Lo cual hace que, una vez adultos, les resulte difícil librarse de ellas. Las religiones tienen predilección por los cerebros en desarrollo. Con motivo. ¿Cómo, si no, una mente adulta racional iba a creer, por ejemplo, que una parte inmaterial se desprenderá del cuerpo tras la muerte para emprender vuelo y seguir viva en otro organismo o en algún punto de la “diosfera”?
            Una vez se ha conseguido que un niño crea en la existencia de un paraíso, ya sólo queda un paso hasta hacerle creer que, para conseguir ese gran premio final, hay que emprender tal o tal acción, como matar infieles.
            ¿Por qué otra razón son negativas las supersticiones? Porque dificultan el avance de las ciencias. Porque animan a las personas, desde la infancia, a conformarse con explicaciones infundadas que no explican nada en lugar de, en base a los indicios observados, formular hipótesis y buscar las pruebas que confirmen o refuten esas hipótesis.

4) Mezclan y confunden cosas que realmente sabemos con simples creencias.
            Cuando no sabíamos nada, las religiones, con sus dioses, servían de respuestas para todo. Amanece porque el dios sol ha despertado. El volcán ya no escupe lava porque los dioses ya no están enfadados. Llueve porque hemos sacrificado una mujer virgen. Los pájaros tienen alas porque Dios se las dio para que volaran. Se ha curado porque hemos rezado. Grita porque está poseído por el demonio.
            Las religiones son los primeros intentos humanos de astronomía. De vulcanología. De meteorología. De zoología. De medicina. De psiquiatría... Ahora bien, son falsos (algo disculpable, por el hecho de haber sido los primeros). Hoy en día, muchas creencias han desaparecido para dar paso a explicaciones reales. Los antipsicóticos son hijos de las ciencias. Y las previsiones de tiempo. Y los aviones. Y las vacunas. Y las ecografías, que revelan casi sin margen de error el sexo del futuro bebé (también puede uno pedir a su dios que se lo revele, pero entonces la probabilidad de acierto se quedará tan sólo en un cincuenta por ciento).
Las religiones siguen siendo un obstáculo para que encontremos respuestas a las muchas preguntas que quedan por contestar. Y me parece profundamente erróneo alentar cualquier cosa que torpedee el avance del saber. Mientras las religiones sigan mezclando dogmas con conocimientos (templos con escuelas), seguiremos viendo gente anquilosada en aquellos primeros intentos primitivos de explicar el mundo y que nos animan a orar, a peregrinar, a hacer sacrificios rituales, a realizar ofrendas, como si alguna de esas cosas solucionara problemas.
Porque, aunque se diga que la fe mueve montañas, la ingeniería ha demostrado hacerlo mucho mejor.

5) Son una dificultad añadida para que las vidas de muchas personas mejoren.
En las listas de países con menores tasas de mortalidad infantil, de criminalidad, de analfabetismo; con menores desigualdades entre zonas urbanas y rurales; con menores diferencias entre los más ricos y los más pobres; con menores índices de desnutrición; con más alta esperanza de vida; con más años de escolarización; con mayor respeto de las libertades individuales, incluida la religiosa; con mejor acceso a la sanidad... siempre aparecen los mismos: Australia, Nueva Zelanda, Canadá, Japón, Corea del Sur, Holanda, Francia, Alemania y los países escandinavos.
Son también esos mismos países los que ocupan los primeros puestos en el ranking de países donde menos población cree en dioses.
            La sensatez nos dice que sería raro que un índice de correlación tan alto fuera fruto de la casualidad. Las religiones seguramente nos dirían que, para ayudar a los más desfavorecidos, hemos de seguir rezando.

Nos vemos por aquí, si les parece bien, dentro de dos fines de semana.

viernes, 22 de junio de 2012

¡CON LOS MUSULMANES NO TE ATREVES!


«¡Qué fácil es meterse con los cristianos! ¡Con los moros no te atreves!»
El mensaje me llegó justamente mientras buscaba yo tema para este artículo – lo cual, dicho sea de paso, no es tarea fácil, ya que procuro no repetir ningún argumento de los que usé en ¿Dónde está Dios, papá? por si algún lector del blog quiere también leer el libro, una vez se publique en septiembre.
           
Toda opinión puede contener algo de verdad, aunque a primera vista no lo parezca. Por ello, decidí analizar si mi remitente tenía razón, con mayor motivo dado que semanas atrás me llegó otro comentario similar.
Me parecía rara esa repetición de la misma acusación, porque recordaba yo al menos dos artículos –El cuerdo en el manicomio y ¿Por dónde amputar?– en los que había dejado correr mi atrevida lengua específicamente sobre las barbaridades del islamismo radical. Además, cada vez que hablo de forma genérica de los monoteísmos, es claro que entre ellos está incluido el Islam.
            Pero, tras navegar por estos mundos virtuales y leer un poco sobre el asunto, enseguida me di cuenta de que el comentario: «atacar al cristianismo es fácil, probad a meteos con el Islam» resulta muy socorrido y es muy utilizado por los cristianos contra los ateos. Por lo que parece, antes de haber empezado siquiera a argumentar, muchos presentan esa frase recurrente a modo de ataque directo al estómago de su oponente dialéctico, queriendo dejarle sin respiración, sin palabras, llamándole cobarde.
Por eso, no tardé mucho en dejar de preocuparme por si estaba siendo injusto en mi trato hacia alguna religión en particular.

De todas formas, qué pobre resulta la argumentación que subyace bajo ese tan usado «con los moros no te atreves». Porque, si la interpreto bien, lo que viene a decirse con esa frase es: «¡Qué lástima que nuestras leyes me obliguen a comportarme civilizadamente, porque si no...!»
            Afortunadamente, vivo en un lugar en el que puedo decir que soy ateo. Seguramente, caso de ser yo saudí, por ejemplo, no me quedaría más remedio que creer en el dios de sus desiertos. Si caminara por país de cojos, pierna de palo me pondría, ¡a la fuerza ahorcan! Además, posiblemente allí tampoco sería yo ateo por otra razón: porque la libertad de pensamiento, si no se conoce, ni se desea ni se echa de menos.

Todos sabemos la facilidad con la que mahometanos radicales, por la menor bagatela, por el más pequeño dibujito, te plantan un tiro en el corazón, o una bomba debajo de las posaderas, con una desenvoltura singular.
(Muchas veces hemos oído que el islamismo es una religión de paz. A quienes nos cuentan eso, les sugeriría que nos hablasen del Corán en su totalidad y no sólo de los extractos más presentables en sociedad. Y lo mismo es aplicable al cristianismo y a su Biblia).
Aunque sea cierto que no tengo ninguna gana de ver mi cuello seccionado por el cuchillo de un barbudo yihaidista, también es verdad que la honestidad que trato de imponer a lo que escribo me impediría hacer críticas a una religión, si no tuviera valor para hacer esa misma crítica a la religión musulmana o a cualquier otra.
            Así que, cuando hablo sobre creencias religiosas, cuando expreso mi opinión de que esas creencias deberían guardarse para los templos y para las reuniones privadas de sus fieles y de que no deberían interferir en asuntos de todos, me estoy refiriendo a todas ellas, islamismo incluido, por supuesto.
            Pero, por ser de donde yo soy, el catolicismo es el subgrupo religioso que me toca más de cerca. Podría hablar sobre el jainismo, o el mandeísmo, o el neodruidismo... Pero apenas sé nada sobre sus dogmas. No hablo sobre ellos por desconocimiento. Y no hablo de ellos, sobre todo, porque no son los que afectan a mi vida de una forma directa. ¿Por qué iba a querer saber más sobre ellos, más allá de por pura curiosidad, si no han determinado mi vida, si no influyen tantísimo en mi entorno, como sí lo hace el catolicismo?

Las religiones no dejan de mostrarnos su poder, sus ganas de interferir en asuntos sociales y políticos. Sin ir más lejos, la ministra de empleo de mi país, España, hace unos días nos pidió rezar a la virgen del Rocío para que nos ayude a salir de la crisis económica...
¿Quién podría persuadirnos, a los que formamos parte de la masa desprovista de prebendas, de que en esta corta vida hemos de pasarlo mal? ¿Qué podría hacernos olvidar que, de ser las cosas de otra forma, es decir, si los privilegiados no pudieran saquearnos impunemente, podríamos estar mejor? La religión. La religión, con sus falsas esperanzas en una vida celestial más llevadera que la terrenal. Con su engañosa creencia de que hablar con madres o padres imaginarios va a ayudarnos a salir de nuestros problemas.
Me pareció tan burda, tan demasiado usada, tan de siglos pasados, tan habitual entre los poderosos de todas las épocas, esa grosera utilización que hizo usted el otro día de la religión, señora ministra, que no he podido evitar hablar de ello. Con sus palabras, me produjo usted un íntimo mal humor del que me costó desprenderme. Finalmente, escribiendo, conseguí desahogarme.

Cuando contemplamos como el pensamiento mágico y las supersticiones siguen tan presentes en todo es cuando a algunos nos da por hablar sobre religiones. Pero en el rincón del mundo en el que yo vivo es el catolicismo el que más se inmiscuye en mi vida. Por eso también hablo más de él.
«Los ateos como usted, que no dejan de hablar sobre religiones, acaban siendo tan fanáticos como algunos fanáticos religiosos», vino a decirme otro lector en una ocasión. No, no lo creo. Creo que lo que ocurre es que, lastimosamente, hablar sobre creencias religiosas cuestionando su lógica ya se considera fanatismo. Suele llamarse fanatismo ateo a todo lo que sea abrir la boca para preguntar si las cosas que nos cuentan las religiones tienen sentido.

Los creyentes, da igual que sean cristianos (ministros del gobierno incluidos), musulmanes, judíos o hinduistas, mantienen un diálogo, una relación personal, con sus respectivos dioses, profetas, santos y madres vírgenes.
Los ateos, una vez adultos, en lo que respecta a dioses tratamos de mantener una relación personal con la realidad sin que nuestras necesidades emocionales la distorsionen.


Nos vemos por aquí dentro de dos fines de semana, si les parece bien.

[Les adjunto los enlaces directos a los dos artículos mencionados en éste:


viernes, 8 de junio de 2012

CARTA DE DIOS AL HOMBRE


Tras leer la prensa, no hay día que no sienta una enorme impotencia al contemplar como tantos hombres siguen despreciando (incluso matando) a otros seres humanos para demostrar, básicamente, que su amigo imaginario es el mejor.
            Quería reflejar esa impotencia en este artículo. Intuí que releer la Carta de Dios al Hombre, atribuida a Isaac Asimov, me ayudaría en mi propósito (digo atribuida porque no he sido capaz de encontrar el original en inglés; tampoco es muy de extrañar, ya que Asimov escribió o editó quinientos libros y ¡más de noventa mil cartas!).
Acabo de volver a leer esa carta. Y me he dado cuenta de que no podría expresar mejor nada de lo que en ella se dice. Por esa razón, simplemente paso a transcribírsela a continuación, con la esperanza de que algunos de ustedes no la conocieran.

Estimado y temido Hombre Todopoderoso:

Me dirijo a Ud. para hacerle llegar un ruego que espero pueda atender. Seguramente habrá oído hablar de mí. Soy Dios, ese ser que los suyos crearon hace muchos, muchísimos años, cuando su especie apenas se distinguía del resto de los animales; cuando el desconocimiento, el temor, el deseo de protección y la ignorancia les hacia tan vulnerables como cualquier otro animal.
Me crearon ustedes a su imagen y semejanza, adornado con todos sus defectos y virtudes. En aquellos tiempos primitivos era hasta divertido ser un dios... Mejor dicho, ser dioses, porque sus carencias eran demasiadas como para crear un único dios.
Me crearon, pero me crearon esclavo de sus creencias y necesidades. Me imaginaron bajo distintas formas y atributos. Cada nuevo creyente me ataba –y me sigue atando– con sus cadenas, exigiendo de mí que le ayudara a paliar su dolor y su desconocimiento.
            Me crearon –nos crearon– cuando todavía no comprendían ustedes el mundo que les rodeaba y las leyes que lo regían. Cuando no sabían que podían existir leyes que gobernaran el mundo y el universo. Por eso me crearon –nos crearon–  tan disparatados. Nos imaginaron con arreglo a sus propias fantasías y temores. Tan disparatados como sólo la mente de un niño puede crear a un ser inventado para que le ayude.

Mi historia, señor Hombre, es muy triste. Es la historia de un ser engendrado para paliar miedos, ambiciones, ignorancia y enfermedades.
Desde el primer momento se me utilizó como justificación de todos los desmanes y egoísmos propios de su especie. Se me usó para respaldar sus enfrentamientos. Para justificar el poder que algunos hombres se atribuían. Para que unos seres humanos dominaran a otros imponiendo sus normas y sus creencias diciendo que procedían de mí. Para que unos hombres se proclamaran portavoces de mi voluntad descalificando, en mi nombre, a todos aquellos que no creían en sus palabras.
            Desde el primer momento ustedes crearon guerras entre nosotros, los dioses, para ayudar a sus intereses. Nos utilizaron para excusar sus deseos de conquista, para vencer al contrario, para someterlo. Nos utilizaron para explicar la inmensidad de muertos, heridos, torturados... que esas guerras generaron y generan.
            Nos usaron para disculpar sus odios, su voracidad, sus deseos de venganza. No creo que haya ninguna maldad en que una persona no me adore, en que alguien no invoque mi nombre. Por el contrario creo, Hombre, que no ha habido ocasión en su historia personal y colectiva donde mi nombre –nuestros nombres– no haya sido invocado para defender sus intereses, tanto los manifiestos como los ocultos.
En mi nombre, en nuestro nombre, se han cometido y se siguen cometiendo infinidad de matanzas, crímenes y tropelías que no tienen más justificación que los intereses de algunos.

Bajo la apariencia de seres infinitamente poderosos, los dioses no somos sino esclavos de las creencias. Esclavos nos crearon y esclavos seguimos. Y así seguiremos mientras no nos liberen de esas cadenas que a ustedes les parecen tan justas, creyendo que nos alaban y que nos gustan.
Son las mismas cadenas con que los poderosos de su especie les atan a ustedes cuando dicen que interpretan nuestra voluntad, nuestras palabras y nuestros deseos.

Su especie, Hombre, ha avanzado mucho, pero no tanto como debería porque, en nuestro nombre, también se ha procurado obstaculizar el progreso de su especie, se han forjado mentiras inmensas, espantosas falsedades, destinadas a detener su marcha. Se ha matado y se ha destruido a aquellos hombres, mujeres y obras que abrían brechas en las murallas del  oscurantismo.
Pese a todo, ha avanzado usted lo suficiente como para que ya no necesite creer en entes mágicos, creados por su imaginación hace muchos, muchísimos siglos.
Pese a todo, hoy sabe usted que el mundo, que el universo entero, se rige por leyes naturales, no por mi voluntad, no por nuestra voluntad.

Todavía les falta por descubrir las muchas leyes que permanecen ocultas, pero sí saben que esas leyes existen, aunque aún no las conozcan. Ya no tienen necesidad de nosotros, ya no tienen necesidad de seres fantásticos que guíen sus pasos en la oscuridad y en el desconocimiento.
Tomen en sus manos las riendas de su destino, averigüen las leyes que rigen todo y déjenme –déjennos– descansar en paz. No nos usen para excusar sus ambiciones, sus deseos, sus intereses, sus desmanes o sus atrocidades.

Por eso, Hombre Todopoderoso, le dirijo esta carta rogándole que me libere de sus cadenas, de sus creencias, de su ignorancia y de sus miedos.
Cada vez que sienta la tentación de creer en mí, pregúntese quién ha creado a quién: si Dios al hombre, o el Hombre a dios.
            Por eso, Señor, Hombre Todopoderoso, se lo ruego, libéreme de la esclavitud a que me tiene sometido.
Deje que me disuelva en la nada de la que un día usted me creó –nos creó– a su imagen y semejanza.


Nos vemos en dos fines de semana, si les parece bien.

viernes, 25 de mayo de 2012

¿EXISTE DIOS? LAS 4 RESPUESTAS DE SMITH


Todos los que nos declaramos ateos hemos tenido que escuchar en alguna ocasión objeciones parecidas a éstas: «¿Y si estás equivocado?». «¿Qué ocurre si Dios existe, si el cielo es real y no un cuento de hadas?».
Estos últimos días he recibido dos mensajes en esos términos.

Cada vez que un creyente se expresa de ese modo está, cuatro siglos después, volviendo a formular la que se conoce como apuesta de Pascal.
En resumen, lo que vino a decirnos el matemático francés es que es más prudente creer en su dios porque, caso de existir, se gana el cielo; y, de no existir, no se pierde nada. Elijo creer por si las moscas, para salvar mi pellejo de los fuegos de un hipotético infierno.
La apuesta de Pascal es débil moralmente, con ese siempre omnipresente dios-a-la-búsqueda-de-idolatría de los monoteísmos, que sólo te salva de la quema si le veneras y le dices muchas veces que él es el único y el más guapo, espejito, espejito.
No sólo moralmente, sino también intelectualmente, ya que desecha la posibilidad de que, si existe algún dios, pueda tratarse no del suyo, sino de cualquier otro de los miles a los que la humanidad adora o adoró. Es una opción que Pascal parece no haber considerado: la de haber elegido como objeto de su adoración al dios equivocado. La de no ser finalmente admitido en el club de la vida eterna por haber sido hincha de un equipo rival.
Puestos a jugar a la lotería contemplemos todas las probabilidades, señor Pascal, señoras y señores apostantes.

¿Existen los dioses o no? ¿Algo o alguien creó el universo y lo controla?
En 1979, en su búsqueda de respuestas a esas preguntas, el filósofo George Smith expuso un planteamiento que, desde entonces, se conoce por la apuesta de Smith. Voy a tratar de explicarla. Con mis propias palabras y mis propias cavilaciones, aclaro. No quiero que se le atribuyan al pobre Smith desvaríos verbales de los que sólo yo soy responsable.
Analicemos los casos posibles:

Caso 1. – No existe ningún dios. En este escenario, los creyentes de cualquiera de las religiones habrán pasado un tiempo precioso en diálogos infructuosos con seres imaginarios. En una primera reflexión, me digo que no tengo nada que objetar e esos diálogos. Rezar ayuda a la estabilidad emocional de muchos. Además, cada cual es libre de hablar con quien quiera y de creer lo que quiera, como si quiere creer que las piedras tienen alma.
El problema surge cuando líderes religiosos obtusos convencen a sus fieles para que arrojen esas piedras a la cabeza de los seguidores de otros dioses, de los ateos, de las mujeres, de los homosexuales... Por favor, crea usted en lo que quiera, pero deje de lanzar odio sobre mí, sobre los míos y sobre el resto de seres humanos. Es terriblemente frustrante comprobar cómo una y otra vez las visiones mitológicas del mundo se inmiscuyen en nuestras vidas, a veces hasta acabar con ellas.

Caso 2. – Existe algún dios pero es impersonal, del tipo en el que creen los deístas. Lo que vienen a decir los deístas es que hubo una causa primera. Que un ente está en el origen de todo. Que ese ente creó el universo con sus leyes para luego despreocuparse por completo, dejándonos a todos a nuestra suerte, sin intervenir. Y que no reparte ni premios ni castigos en juicios finales.
Si los deístas tienen razón, da igual que creamos o no en dioses: no seremos ni premiados ni castigados por ello.
Si los deístas tienen razón, no sirve de mucho rezar cuando tu equipo va a lanzar un penalty, ya que el dios en cuestión, respetando sus propios principios, no va a realizar una exhalación mágica que le dé más fuerza a la pelota, ni va a intervenir de ningún otro modo con sus superpoderes.
Si los deístas tienen razón, puedo entender el motivo por el que su dios-causa-primera se esconde tanto de nosotros: está lejos, muy lejos, en algún rincón remoto del universo, avergonzado, preguntándose aún qué falló.

Caso 3. – Existe un dios –o varios– y es un ser moralmente ejemplar.
De ser así, los ateos, por el hecho de serlo, no debemos tener miedo a que el fuego abrase nuestros traseros.
De ser así, la alabanza interesada, la apuesta a lo seguro tipo Pascal, sería mal vista por el tal ente moralmente superior.
De ser así, el vaivén insistente de nuestra frente en rítmicos golpeteos contra una alfombra o contra un muro no tendría ningún valor a los ojos de ese ente.
De ser así, las personas no seríamos juzgadas en función de si hemos santificado o no las fiestas, de si hemos honrado o no a un dios sobre todas las cosas, de si hemos tomado o no su nombre en vano... sino de si hemos pasado por esta vida haciendo el menor daño posible y, con suerte, algo de bien.
Desgraciadamente, dado lo que contemplamos, parece difícil que existan dioses moralmente ejemplares. Este caso se hace altamente improbable: ¿consentiría un ser éticamente superior todo lo que sucede por aquí? Si nos ama a todos por igual, ¿por qué a algunos los trata tan mal?

Caso 4. – Existe un dios y es tal como nos lo describen los monoteísmos. Pues, de ser así, agnósticos, escépticos, ateos, librepensadores, apostantes por los dioses equivocados... vayámonos todos al infierno. Pero con la cabeza alta. Con la conciencia tranquila. No queremos tratos con dioses que, en lugar de hablar por sí mismos, dando la cara, permiten que, a modo de voceros autorizados, actúen en su nombre líderes iracundos, rencorosos, retrógrados, intelectualmente cerriles, homófobos y misóginos.
Vayámonos todos al infierno: no queremos compartir morada eterna con dioses que castigan a personas honestas por no creer en ellos o por haber creído en otros dioses y que, por el contrario, admiten en su paraíso a terroristas. Ni con dioses que aceptan junto a ellos a cualquiera que, por muy infame que haya sido su vida, se arrepiente treinta segundos antes de morir y pronuncia las palabras mágicas: «creo en ti, acógeme a tu lado, oh, Señor».
Pero no sufran: no acabaremos en ningún infierno. ¡Es tan obvio que esos dioses vengativos y vanidosos han sido modelados a imagen y semejanza de sus creadores, los hombres!

Así que, ante la cuestión de si existen o no los dioses: dado que en cualquiera de los tres primeros escenarios los ateos no salimos perjudicados; y dado que el caso 4 es tan falto de sentido, tan absurdo, tan inverosímil para cualquier mente que se nutra de sensatez, me parece obvio que los ateos podemos dormir tranquilos.
           
Nos vemos en dos fines de semana, si les parece bien. Felices sueños.

viernes, 11 de mayo de 2012

¿COSAS QUE NUNCA CAMBIAN?


Leo en la prensa que el parlamento de Kuwait ha aprobado la pena de muerte para los blasfemos.
Todo musulmán que proclame ofensas contra el Corán, Alá, Mahoma o las esposas de Mahoma, recibirá matarile. Eso sí: si el blasfemo muestra arrepentimiento, será castigado sólo con cinco años de cárcel. La misericordia divina no conoce límites.

Sigo leyendo. Veo una luz al final del lúgubre túnel: seis parlamentarios votaron en contra de la ley.
«¡Bien hecho!», me digo a mí mismo. «Incluso en países donde el adoctrinamiento infantil es feroz y en los que el castigo para los que piensan por sí mismos es la muerte, incluso en esos lugares, hay gente que se rebela. ¡Benditos sean los seis indómitos!»...
Mi candidez tampoco tiene límites: los que votaron en contra no lo hicieron por las razones que yo creía. Si decidieron oponerse a la nueva ley es porque en ella no se incluye ni a Fátima (la hija de Mahoma), ni a los doce imanes venerados por los chiíes.

Las religiones de dios único se parecen enormemente a las politeístas, ésas a las que suelen mirar por encima del hombro. Los llamados monoteísmos, en realidad, no son tales. Tantos líderes santificados, tantos mártires, tantas madres, tantos hijos, ilustran que los monoteísmos se comportan, a la hora de la verdad, igual que los cultos reconocidamente politeístas, actuales y pasados: son múltiples los seres a los que veneran como divinidades.
Pero no es fácil que podamos dialogar sobre ese asunto con, por ejemplo, alguno de los diputados kuwaitíes. La máxima del filósofo Ortega y Gasset: «Cada vez que enseñes, enseña también a dudar de aquello que enseñas», no es una de las favoritas de las religiones. Con motivo, porque la duda acabaría por llevar a las futuras generaciones, casi inevitablemente, lejos de los dogmas. Para mantener el rebaño en el redil es mucho más efectiva la pena de muerte que la exposición razonada de argumentos, no me va usted a comparar.

Paso página. Parece ser que hoy en la prensa, los protagonistas, más que los propios dioses, son sus séquitos, tanto celestiales como terrenales. El arzobispo de Madrid ha autorizado la construcción de una capilla en Prado Nuevo, lugar al que ya acuden peregrinos por millares. Una vidente les ha conseguido convencer de que la virgen María se apareció allí varias veces.
            «La virgen dijo que, cuando estuviera construida la capilla, el agua de la fuente curaría», afirma Pedro Besari, presidente de la asociación que lucha para que la capilla sea una realidad.
            «¿Y por qué no empieza a curar ya?», es la pregunta que se me presenta como evidente. «¿Por qué un ser de naturaleza caritativa, lleno de amor, no empieza a obrar milagros sin esperar nada a cambio? ¿Y por qué lo que pide a cambio es algo tan mezquino como ser adorada?».
Según la vidente, la virgen ya le ha revelado las medidas exactas que desea para su capilla. No es broma. En fin... Lo único que hace que podamos perdonar a dioses y demás entes etéreos es que no existan. Que sean, como todo indica, fruto de la imaginación de los seres humanos. Porque, en caso de existir, algunos de nosotros, antes de encaminarnos hacia el infierno, querríamos hacerles unas cuantas preguntas más.
Da igual hacia dónde miremos: si lo hacemos con atención, tarde o temprano algo nos indicará que resulta inconcebible que este mundo sea de origen divino. Pero, a pesar de ello (o quizá a causa de ello), mucha gente busca consuelo en el más allá, en uno u otro tipo de paraíso celestial o de vida eterna, sumergiéndose aún más en creencias irracionales.
«La virgen dijo que, cuando estuviera construida la capilla, el agua de la fuente curaría. Por eso esperamos que, cuando esté finalizada la construcción, acuda muchísima más gente», añade el señor Besari.
¡Acabáramos! Entre Fátima (Portugal) y Lourdes (Francia) hay un largo trecho. Madrid se encuentra –kilómetro más, kilómetro menos– a la misma distancia de ambas. He contemplado en persona el colosal volumen de negocio que genera Lourdes. Entiendo que los poderes terrenales deseen que Madrid cuente con su propio centro de milagros.

Como suelo hacer cuando me da por pensar que hay cosas que nunca cambian, busco refugio en las palabras de otros. Me ofrecen algún alivio las de José Luis Sampedro: «Desde la primera infancia nos enseñan, primero, a creer lo que nos dicen las autoridades, los padres, la mayoría, el cura... y, luego, a razonar sobre lo que hemos creído. No, no, no. La libertad de pensamiento es al revés: primero razonar y luego creeremos...»
            Seguramente, a esa mayoría le resultará ya imposible invertir el orden y pasar a razonar primero para creer después. Quizá es demasiado tarde para la libertad mental de muchos. Pero no lo es para los más jóvenes.
Por eso, para que las cosas en el mundo vayan a mejor, se me antoja tan importante que los dogmas religiosos dejen de ser inculcados en los cerebros de los niños como si fuesen certezas absolutas. Por eso defiendo con absoluta convicción la idea de que las creencias religiosas deberían estudiarse en los colegios desde una perspectiva antropológica y sociológica, pero nunca como verdades demostradas. Y si, una vez adulta, una persona, tras haber aprendido a razonar, desea creer en uno u otro dios, o en varios, las religiones siempre estarán ahí, para ofrecerle sus milagros y sus consuelos metafísicos.
           
A veces, mi visión de un mundo en el que las creencias no vayan antes que las razones me parece utópica. Y en esos instantes cetrinos se apodera de mí la idea de que perdemos el tiempo, ustedes y yo. La idea de que no sirve de nada leer y escribir insistentemente sobre tanto sinsentido.
            Pero entonces, cuando el pesimismo casi parece haber vencido, traigo a mi memoria unos versos del poeta Kepa Murua: «Hacedlo con tacto, con educación. Pero con osadía, incluso sin miedo. Que poco a poco cambian las cosas que parece que nunca cambian».
Al fin y al cabo, hace no tanto, aquí también se mataba a los blasfemos. Y ya no ocurre.


Nos vemos en dos fines de semana, si les parece bien.


viernes, 27 de abril de 2012

¿POR QUÉ YO, SEÑOR?


«¿Por qué yo, Señor? ¿En qué me he equivocado? No bebo, no bailo, no digo juramentos. He hecho todo lo que dice la Biblia, incluso las cosas que contradicen a otras cosas».
Es el grito desesperado, pero a la vez lleno de humor, que se escucha de la boca de un personaje televisivo: Ned Flanders, el vecino de la familia Simpson. A los seguidores de la serie les habrá venido a la memoria enseguida su imagen, vestido con su habitual jersey verde. Flanders es un devoto creyente que sufre terriblemente cuando se pone en duda alguno de sus dogmas. Practica la caridad y es sincero hasta el extremo pero, al mismo tiempo, también muestra algunos de los rasgos más característicos de los ultraconservadores religiosos estadounidenses, como la intransigencia hacia otras religiones y, en definitiva, hacia todo lo diferente.

¿Por qué les hablo sobre el lamento quejumbroso que Flanders dirige a su dios? Porque suelo acordarme de él a menudo. Porque volví a acordarme de él hace sólo unos días.
            Fue mientras leía el mensaje que me envió una mujer, a la que no conozco, pero que, al parecer, lee estos artículos. Me contaba que hace no mucho falleció su marido. La frase concreta que me hizo pensar en Flanders fue: «Después de lo que me ha pasado, ya no sé si creer o no creer».

La muerte de gente querida es una situación a la que, tarde o temprano, habremos de enfrentarnos todos por igual, creyentes y no creyentes. En eso consiste la muerte: no en la muerte propia, sino en la muerte del otro. De dos que un día decidieron caminar juntos, al final uno habrá de hacer el último paseo a solas, de vuelta del cementerio, tras enterrar al otro.
Cuando ese momento llega, en muchos casos los creyentes se refugian aún más en su dios. No es de extrañar: una de las funciones primigenias de la creencia en dioses es que sus paraísos ofrezcan algún tipo de consuelo a los que se quedan por aquí abajo.

Pero en otros casos, al estado de shock inicial le siguen la inseguridad y las dudas sobre sus creencias. Hasta que la muerte del otro les sacude las entrañas, habían conseguido vivir en un pequeño mundo relativamente manejable, con momentos duros de soportar, por supuesto, pero sostenidos por la creencia en que su dios les protegía y, en realidad, aislados y lejos de todos esos millones de seres, humanos y no humanos, que cada día sufren y enferman sin cesar y que, al final, acabarán por morir como único modo de dejar de padecer.
La pobreza extrema, los terremotos, las inundaciones, los accidentes de tráfico, son cosas que vemos en las noticias y que sabemos ciertas. Pero lo sabemos sólo en abstracto, no en concreto. Es muy raro que alguien sea tan empático como para que la muerte televisada de mil hijos ajenos le haga sufrir ni la milésima parte que la muerte de un solo hijo propio.

Y mientras tanto, hasta que el estrépito de la muerte inesperada de un ser querido nos hace reaccionar, si alguien, sirviéndose de su sentido común, osa preguntar en voz alta sobre qué tipo de dios bondadoso permitiría que viviésemos en un mundo como éste, en un mundo lleno de niños esclavos que cultivan cacao para un chocolate que nunca probarán, que mueren por miles antes de haber podido siquiera saber lo que es un abrazo... si alguien se atreve, enseguida será tachado de demagogo.
¿Demagogo? La gran diferencia entre los dioses y las cosas reales es que la realidad, aunque dejes de creer en ella, aunque no quieras mirarla a los ojos, aunque la llames demagogia y no quieras sacarla en tus conversaciones, no por ello desaparece: sigue ahí. Sí, es cierto que el punto en el que sigue se encuentra muy alejado de nuestra pequeña y cómoda burbuja particular. Pero por distante que sea ese punto, la realidad ahí sigue.

Cuando finalmente tienen que enfrentarse a una muerte no televisiva, a algunas personas les da buen resultado seguir creyendo en sus dioses y en sus cielos, y sumergirse aún más en el autoengaño, como medio de aliviar su dolor.
Sin embargo, otras personas acaban por darse cuenta de que la teología no es de ninguna ayuda. Como dijo otro estadounidense, como Flanders (aunque en este caso no se trata de un personaje de ficción, sino de un escritor de ciencia-ficción), Robert A. Heinlein: «La teología es como buscar, en medio de la noche y en un sótano sin luz, a un gato negro que, además, no está ahí».
Estas otras personas, una vez obligadas por el destino a afrontar la realidad, se sentirán en la Tierra como nos sentimos todos, como minúsculos caminantes, pero ya no como caminantes en tránsito hacia otra vida, pues empezarán a sospechar que no la hay.
Estas otras personas comenzarán a vislumbrar cuánta razón tenía Freud cuando escribió: «La idea de Dios no tiene su origen en ningún dios, sino en los seres humanos. En el sentimiento de frustración que el hombre dirige hacia un ser imaginario al que llama padre».

Las creencias religiosas se parecen mucho a esas píldoras que el médico recomienda que tragues enteras, sin masticar. Porque una vez uno ha empezado a diseccionar, a hacer trocitos, a deglutir, a cuestionar la bondad y la utilidad de cada parte, uno se da cuenta de que el castillo de naipes se derrumba por completo, sin remedio.
            Quizá por eso tantas personas prefieren no cuestionarse nada en lo relativo a su fe: porque en el fondo saben que, si empiezan a hacerlo, si empiezan a dudar, el autoengaño quedará destapado por completo.

Las creencias religiosas ofrecen consuelo y alivio a miles de millones de personas en el mundo. Y los estados modernos deben garantizar que esas personas puedan seguir sus rituales y ceremonias en completa libertad, para que sigan disfrutando del confort metafísico que les ofrecen.
Ahora bien, sin permitir en ningún caso que esas creencias interfieran en asuntos “terrenales”, porque la historia (incluida la más reciente) nos ha enseñado en demasiadas ocasiones que, como dijo Voltaire, «quien puede llevar a otros a creer en absurdos, también puede obligarles a cometer atrocidades».


Si quieren que sigamos caminando juntos, les espero por aquí dentro de dos fines de semana.