Dice el filósofo Fernando Savater que «las religiones
son como el vino: hay gente a la que le sienta bien y gente a la que le sienta
mal. Hay personas que, con dos copas, se vuelven locuaces, abiertas y
desinhibidas. Otros, con la misma cantidad, se vuelven brutos y groseros. Con
la religión hay gente que mejora, pero para otros [...]».
Lo que importa son las acciones, más que las
creencias. Infinitamente más.
Así que, si Savater tiene razón, si
gracias a la religión algunas personas mejoran y realizan grandes acciones, bienvenidas
sean.
Aunque creo que, por lo general, no es
así. Creo que, sencillamente, muchas personas son buenas, pero no gracias a su
religión. Que si llevan a cabo buenas acciones es por su naturaleza generosa, y
no gracias al buen efecto de los dogmas. Que esas mismas personas, si no
tuviesen creencias místicas, estarían dando también parte de su tiempo y
energía a los demás a través de organizaciones laicas en lugar de religiosas.
Pero se trata sólo de una opinión, de mi
opinión, de conjeturas.
Sin embargo, en lo que respecta a los efectos dañinos
de las religiones, sí que podemos abandonar el terreno movedizo de las
corazonadas y pasar al de los hechos.
Habitualmente, las religiones:
1) Promueven el sometimiento de las mujeres.
Cualquiera que esté al tanto del mundo en
el que vive sabe lo que opinan imanes musulmanes, judíos ultraortodoxos y jerarcas de
cualquiera de las ramas del cristianismo sobre la igualdad de derechos. En los
países occidentales, las religiones siguen siendo un obstáculo en ese aspecto.
Y en los estados teocráticos la religión es, directamente, el yugo que humilla e intimida
a las mujeres.
2) Incitan al odio.
Odio a quien profesa otra religión. Odio
también al diferente, al que se sale de lo corriente en cualquier aspecto, como
la orientación sexual. Y al que quiere pensar por sí mismo, al que quiere creer
en algo sólo después de haber reflexionado sobre ello.
Las
religiones están o han estado tras algunos de los hechos más indignos de la
historia. Guerras santas. Mutilación de genitales. Quema de brujas y herejes.
Apedreamiento de adúlteras. Fatwas. Ocultación de criminales en la creencia de
que las leyes divinas están por encima de las humanas...
3) Inculcan supersticiones en los más jóvenes.
Lo cual hace que, una vez adultos, les
resulte difícil librarse de ellas. Las religiones tienen predilección por los
cerebros en desarrollo. Con motivo. ¿Cómo, si no, una mente adulta racional
iba a creer, por ejemplo, que una parte inmaterial se desprenderá del cuerpo
tras la muerte para emprender vuelo y seguir viva en otro organismo o en algún
punto de la “diosfera”?
Una
vez se ha conseguido que un niño crea en la existencia de un paraíso, ya sólo
queda un paso hasta hacerle creer que, para conseguir ese gran premio final,
hay que emprender tal o tal acción, como matar infieles.
¿Por
qué otra razón son negativas las supersticiones? Porque dificultan el avance
de las ciencias. Porque animan a las personas, desde la infancia, a conformarse
con explicaciones infundadas que no explican nada en lugar de, en base a los
indicios observados, formular hipótesis y buscar las pruebas que confirmen o
refuten esas hipótesis.
4) Mezclan y confunden cosas que realmente sabemos
con simples creencias.
Cuando
no sabíamos nada, las religiones, con sus dioses, servían de respuestas para
todo. Amanece porque el dios sol ha despertado. El volcán ya no escupe lava porque
los dioses ya no están enfadados. Llueve porque hemos sacrificado una mujer
virgen. Los pájaros tienen alas porque Dios se las dio para que volaran. Se ha
curado porque hemos rezado. Grita porque está poseído por el demonio.
Las
religiones son los primeros intentos humanos de astronomía. De vulcanología. De
meteorología. De zoología. De medicina. De psiquiatría... Ahora bien, son
falsos (algo disculpable, por el hecho de haber sido los primeros). Hoy en día,
muchas creencias han desaparecido para dar paso a explicaciones reales. Los
antipsicóticos son hijos de las ciencias. Y las previsiones de tiempo. Y los
aviones. Y las vacunas. Y las ecografías, que revelan casi sin margen de error
el sexo del futuro bebé (también puede uno pedir a su dios que se lo revele,
pero entonces la probabilidad de acierto se quedará tan sólo en un cincuenta
por ciento).
Las religiones siguen siendo un obstáculo
para que encontremos respuestas a las muchas preguntas que quedan por
contestar. Y me parece profundamente erróneo alentar cualquier cosa que torpedee
el avance del saber. Mientras las religiones sigan mezclando dogmas con
conocimientos (templos con escuelas), seguiremos viendo gente anquilosada en
aquellos primeros intentos primitivos de explicar el mundo y que nos animan a
orar, a peregrinar, a hacer sacrificios rituales, a realizar ofrendas, como
si alguna de esas cosas solucionara problemas.
Porque, aunque se diga que la fe mueve
montañas, la ingeniería ha demostrado hacerlo mucho mejor.
5) Son una dificultad añadida para que las vidas de
muchas personas mejoren.
En las listas de países con menores tasas
de mortalidad infantil, de criminalidad, de analfabetismo; con menores
desigualdades entre zonas urbanas y rurales; con menores diferencias entre los
más ricos y los más pobres; con menores índices de desnutrición; con más alta
esperanza de vida; con más años de escolarización; con mayor respeto de las
libertades individuales, incluida la religiosa; con mejor acceso a la
sanidad... siempre aparecen los mismos: Australia, Nueva Zelanda, Canadá,
Japón, Corea del Sur, Holanda, Francia, Alemania y los países escandinavos.
Son también esos mismos países los que
ocupan los primeros puestos en el ranking de países donde menos población cree
en dioses.
La sensatez nos dice que sería raro que un índice de correlación tan alto fuera fruto de la
casualidad. Las religiones seguramente nos dirían que, para ayudar a los más
desfavorecidos, hemos de seguir rezando.
Nos vemos por aquí, si les parece bien, dentro de dos
fines de semana.