viernes, 20 de julio de 2012

2 RAZONES POR LAS QUE SOY ATEO


¿Y por qué únicamente dos? Porque no hay motivo para complicar aquello que se puede explicar de forma sencilla.

Primera razón.

La facilidad con la que distingo como mitos las religiones y los dioses de otros lugares, de otras gentes, de otras épocas.


Segunda razón.

La facilidad con la que –una vez catalogadas como leyendas las creencias religiosas de otros lugares y otras épocas– me doy cuenta de que la religión de mi infancia es una más entre esas leyendas.

Si tuviera que aceptar como cierto lo que tantas veces me contaron siendo niño, tendría que creer, entre otras cosas:
Que en algún lugar del espacio (la diosfera, llamábamos a ese lugar en un artículo anterior) existe un ente inmaterial que se considera mi padre y creador. 
Que puedo comunicarme telepáticamente con él mediante la oración.
Que por culpa de una mujer que no hizo caso a una serpiente parlanchina cuando ésta le avisó de que no debía buscar el conocimiento, yo nací con una maldición, mancha, pecado.
Que ya no tengo esa mancha porque un sacerdote, siendo yo bebé, pronunció un conjuro mágico al mismo tiempo que vertía agua sobre mi cabeza.
Que sin esa ceremonia, yo no hubiese podido entrar al club privado que ese padre tiene reservado a sus seguidores para cuando mueran.
Que, una vez cumplido ese requisito líquido fundamental, yo podré entrar a su club siempre y cuando crea en él, le venere, le adore y le ame sobre todas las cosas... A él, a su hijo y a una paloma, que en realidad son la misma cosa, ya que no son tres, sino uno.

Tras releer el listado anterior, vuelve a asaltarme la gran duda que empezó a perseguirme mientras escribía '¿Dónde está Dios, papá?' y que ha seguido persiguiéndome en cada artículo de este blog...
          ¿Cómo puede seguir tanta gente adulta, aún hoy, creyendo ciertas cosas? ¿Cómo puede ser que la mayor parte de la población mundial tome como ciertas leyendas que, a todas luces, no son sino eso, leyendas?
       Sé que el miedo a la muerte, para muchos, es más fuerte que cualquier posible razonamiento.
Entiendo también que, sea cual sea la religión en cuestión, el adoctrinamiento que se sufre en la infancia suele ser intensivo y despiadado.
Y sin embargo, no consigo dejar de hacerme la misma pregunta: ¿cómo puede ser?
        Les animo, queridos lectores, a que en sus comentarios traten de darme alguna clave más para que consiga comprender ése que para mí es un enorme misterio: ¿cómo puede ser?


Si les parece bien, volveremos a vernos por aquí, en este blog, el primer fin de semana de septiembre.
            Entretanto, les invito a que sigamos encontrándonos durante el verano en la página en Facebook de ¿Dónde está Dios, papá?


En ella, estoy publicando diariamente una breve entrada relacionada con el libro: textos cortos, citas, vídeos, fotos... de algunos de los lugares, ciudades, leyendas, anécdotas, dioses, personajes, filósofos... que aparecen en ¿Dónde está Dios, papá?
¡LES ESPERO!
 

viernes, 6 de julio de 2012

5 INCONVENIENTES DE LAS RELIGIONES


Dice el filósofo Fernando Savater que «las religiones son como el vino: hay gente a la que le sienta bien y gente a la que le sienta mal. Hay personas que, con dos copas, se vuelven locuaces, abiertas y desinhibidas. Otros, con la misma cantidad, se vuelven brutos y groseros. Con la religión hay gente que mejora, pero para otros [...]».

Lo que importa son las acciones, más que las creencias. Infinitamente más.
Así que, si Savater tiene razón, si gracias a la religión algunas personas mejoran y realizan grandes acciones, bienvenidas sean.
Aunque creo que, por lo general, no es así. Creo que, sencillamente, muchas personas son buenas, pero no gracias a su religión. Que si llevan a cabo buenas acciones es por su naturaleza generosa, y no gracias al buen efecto de los dogmas. Que esas mismas personas, si no tuviesen creencias místicas, estarían dando también parte de su tiempo y energía a los demás a través de organizaciones laicas en lugar de religiosas.
Pero se trata sólo de una opinión, de mi opinión, de conjeturas.

Sin embargo, en lo que respecta a los efectos dañinos de las religiones, sí que podemos abandonar el terreno movedizo de las corazonadas y pasar al de los hechos.
Habitualmente, las religiones:

1) Promueven el sometimiento de las mujeres.
Cualquiera que esté al tanto del mundo en el que vive sabe lo que opinan imanes musulmanes, judíos ultraortodoxos y jerarcas de cualquiera de las ramas del cristianismo sobre la igualdad de derechos. En los países occidentales, las religiones siguen siendo un obstáculo en ese aspecto. Y en los estados teocráticos la religión es, directamente, el yugo que humilla e intimida a las mujeres.

2) Incitan al odio.
Odio a quien profesa otra religión. Odio también al diferente, al que se sale de lo corriente en cualquier aspecto, como la orientación sexual. Y al que quiere pensar por sí mismo, al que quiere creer en algo sólo después de haber reflexionado sobre ello.
            Las religiones están o han estado tras algunos de los hechos más indignos de la historia. Guerras santas. Mutilación de genitales. Quema de brujas y herejes. Apedreamiento de adúlteras. Fatwas. Ocultación de criminales en la creencia de que las leyes divinas están por encima de las humanas...

3) Inculcan supersticiones en los más jóvenes.
Lo cual hace que, una vez adultos, les resulte difícil librarse de ellas. Las religiones tienen predilección por los cerebros en desarrollo. Con motivo. ¿Cómo, si no, una mente adulta racional iba a creer, por ejemplo, que una parte inmaterial se desprenderá del cuerpo tras la muerte para emprender vuelo y seguir viva en otro organismo o en algún punto de la “diosfera”?
            Una vez se ha conseguido que un niño crea en la existencia de un paraíso, ya sólo queda un paso hasta hacerle creer que, para conseguir ese gran premio final, hay que emprender tal o tal acción, como matar infieles.
            ¿Por qué otra razón son negativas las supersticiones? Porque dificultan el avance de las ciencias. Porque animan a las personas, desde la infancia, a conformarse con explicaciones infundadas que no explican nada en lugar de, en base a los indicios observados, formular hipótesis y buscar las pruebas que confirmen o refuten esas hipótesis.

4) Mezclan y confunden cosas que realmente sabemos con simples creencias.
            Cuando no sabíamos nada, las religiones, con sus dioses, servían de respuestas para todo. Amanece porque el dios sol ha despertado. El volcán ya no escupe lava porque los dioses ya no están enfadados. Llueve porque hemos sacrificado una mujer virgen. Los pájaros tienen alas porque Dios se las dio para que volaran. Se ha curado porque hemos rezado. Grita porque está poseído por el demonio.
            Las religiones son los primeros intentos humanos de astronomía. De vulcanología. De meteorología. De zoología. De medicina. De psiquiatría... Ahora bien, son falsos (algo disculpable, por el hecho de haber sido los primeros). Hoy en día, muchas creencias han desaparecido para dar paso a explicaciones reales. Los antipsicóticos son hijos de las ciencias. Y las previsiones de tiempo. Y los aviones. Y las vacunas. Y las ecografías, que revelan casi sin margen de error el sexo del futuro bebé (también puede uno pedir a su dios que se lo revele, pero entonces la probabilidad de acierto se quedará tan sólo en un cincuenta por ciento).
Las religiones siguen siendo un obstáculo para que encontremos respuestas a las muchas preguntas que quedan por contestar. Y me parece profundamente erróneo alentar cualquier cosa que torpedee el avance del saber. Mientras las religiones sigan mezclando dogmas con conocimientos (templos con escuelas), seguiremos viendo gente anquilosada en aquellos primeros intentos primitivos de explicar el mundo y que nos animan a orar, a peregrinar, a hacer sacrificios rituales, a realizar ofrendas, como si alguna de esas cosas solucionara problemas.
Porque, aunque se diga que la fe mueve montañas, la ingeniería ha demostrado hacerlo mucho mejor.

5) Son una dificultad añadida para que las vidas de muchas personas mejoren.
En las listas de países con menores tasas de mortalidad infantil, de criminalidad, de analfabetismo; con menores desigualdades entre zonas urbanas y rurales; con menores diferencias entre los más ricos y los más pobres; con menores índices de desnutrición; con más alta esperanza de vida; con más años de escolarización; con mayor respeto de las libertades individuales, incluida la religiosa; con mejor acceso a la sanidad... siempre aparecen los mismos: Australia, Nueva Zelanda, Canadá, Japón, Corea del Sur, Holanda, Francia, Alemania y los países escandinavos.
Son también esos mismos países los que ocupan los primeros puestos en el ranking de países donde menos población cree en dioses.
            La sensatez nos dice que sería raro que un índice de correlación tan alto fuera fruto de la casualidad. Las religiones seguramente nos dirían que, para ayudar a los más desfavorecidos, hemos de seguir rezando.

Nos vemos por aquí, si les parece bien, dentro de dos fines de semana.