Ya se ha publicado en España ‘¿Dónde está Dios, papá?
Las respuestas de un padre ateo’. En Latinoamérica, será en diciembre. Y este es su enlace a Amazon: amazon.com/Donde-esta-Dios-Spanish-Indicios/dp/8493795488
Me están llegando las primeras reacciones de
lectores: algunas hacen que me emocione. Que encuentre su sentido todo el
esfuerzo que el libro lleva dentro.
Pero son sensaciones que ya conocía
gracias a este blog en el que, a pesar de todo el cariño que le
tengo, hoy escribiré la última entrada. ¿El motivo? Creo que ya he escrito todo
lo que tenía que escribir sobre ateísmo. Otros temas, otros libros, llaman a la
puerta de mi cabeza.
En cualquier caso, durante los próximos
meses todavía podremos encontrarnos en la página www.facebook.com/dondeestadiospapa. En ella, seguiré publicando entradas relacionadas con el libro:
textos cortos, citas, fotos... de algunas de las leyendas, anécdotas,
dioses, dogmas, personajes... que aparecen en ¿Dónde está Dios papá?
Para despedirme de este blog he elegido un artículo
que me cautivó. Lo publicó en prensa, hace ya algún tiempo, Miguel Gay,
escritor y periodista. Describe, mucho mejor de lo que yo podría hacer,
esas sensaciones de las que les hablaba antes. El artículo se titulaba: «Te leo»...
«Te leo. Lo dice en un presente con sello de
continuidad. Y uno lo agradece con cierto rubor, pero de forma sincera, más allá
de lo que exigiría la educación; porque, al fin y al cabo –y aunque hay quien
lo hace para sí mismo–, uno escribe para que le lean.
Pero
escribir exige, compromete. Impone respeto saber que hay quien se va a acercar
a ti para decirte: «te leo». Nada más... y nada menos. Con toda la carga con la
que se envuelven dos palabras. Lectores que te identifican, que te ponen cara,
que te ubican en una firma. Y junto a esos, a su vera, miles de personas se
acercan sin conocerte, sin saber de ti, con la curiosidad de adentrarse en los
textos, en los relatos, en las reflexiones. La escritura es una manera de
ofrecerse; la lectura, una forma de compartir. Uno despega en su ámbito, se
refugia en su territorio, allá donde se encuentra cómodo, en la soledad de las
teclas de su ordenador, aislado de casi todo; y va desgranando su mensaje, su
idea, su pensamiento. Con la parsimonia de quien va dando forma a la idea o con
la rapidez de aquel a quien las razones le brotan a borbotones. Y aquello va
adquiriendo relieve en la pantalla. Hasta que se ve cerrado, completo, entero.
Y
entonces aquella historia da el salto y pasa al inmenso escaparate del lector,
de su atención y su juicio; a la reflexión ajena, al cruce de ideas, a la
confluencia o a la lucha de tesis. En donde se entremezclan la seguridad, el vértigo
y la responsabilidad. En donde uno se expone al impresionante juicio del «te
leo». Un proceso del que, por mucho que se repita, uno no puede huir. Al que se
enfrenta cada día con el reto –y la responsabilidad– de ofrecer algo que
concite interés. Porque, al fin y al cabo, uno escribe para que le lean».